Resumo
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Las palabras dichas por la nodriza a comienzo de Medea de Eurípides nos sirven para centrar el monólogo de El escorpión blanco, una recreación de la misma tragedia del dramaturgo Daniel Fermani: “[...] mi señora, consume su vida en su habitación nupcial, sin que las palabras de ningún ser querido lleven alivio a su espíritu” (141-143)1. El personaje femenino es presentado en el instante exacto de la
peripecia, que es diferente a la tradicional, puesto que no es ni brusca ni repentina, sino que se prolonga a través de todo el monólogo. Las circunstancias que la han conducido a ese estado de desolación se reflejan en sus palabras. Inclusive el filicidio aparece como un tema más de este lamento, a veces a modo de anticipación, otras ya ejecutado, para luego volver a retomarlo más que como hecho concreto, como parte de un lamento que vuelve una y otra vez cíclicamente. Medea no es la maga,
la hechicera mitológica, es una mujer que sufre la decepción de una promesa y el agobio de la vejez. Su desilusión la lleva a plantearse cuestiones existenciales de carácter intemporal: la vida, la muerte, la maternidad, la vejez. Con un movimiento
pendular sus reflexiones oscilan entre el pasado, donde la presencia de su hombre marcaba la plenitud de su existencia y el presente desbordado por el vacío provocado por la ausencia masculina.
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